LA MEJOR RESPUESTA AL FANATISMO – LIBERALISMO

Publicado originariamente por Revista Colofón

Ilustración de Tano Ríos Coronelli

Su calma búsqueda de la verdad, vista como peligrosa en muchos lugares, sigue siendo la esperanza de la humanidad.

Por Bertrand Russell

Traducción de Marcelo Zabaloy

Cuanto más cosas veo de otros países más me convenzo de que los ingleses son un pueblo muy extraño. Sus virtudes se deben a sus vicios y sus vicios a sus virtudes. Son tolerantes –bastante más, creo, que cualquier otra gran nación– porque consideran que las ideas no son importantes. En otros países las ideas se consideran importantes y por consiguiente, peligrosas; en Inglaterra las ideas se consideran despreciables y por lo tanto no vale la pena perseguirlas.

Este no ha sido siempre el caso. En el siglo diecisiete Inglaterra tuvo una avalancha de ideologías que la llevaron a la guerra civil y ejecuciones y prensa dedos, pero en 1688 el país decidió que ya era suficiente con la seriedad y que cualquiera que creyera fervientemente en lo que fuese, no era un caballero. Esta decisión se tomó de manera muy fácil dado que los fanáticos más fanáticos se habían ido a Norteamérica.  Desde entonces los ingleses con convicciones son tratados como bufones profesionales o guasones de la corte. No hay guerras civiles y a nadie se le corta la cabeza. Esto es conveniente pero a veces uno siente que un poquitín de persecución sería un cumplido más sincero.

En estos tiempos hay una declinación muy general del liberalismo, incluso en países donde ha habido un crecimiento de la democracia. El liberalismo no es tanto un credo como una disposición. De hecho se opone a los credos. Comenzó a fines del siglo diecisiete como reacción a las inútiles guerras de religión que, aunque mataron un inmenso número de personas, no modificaron el balance de poder. Supongo que si Norteamérica y Rusia tuvieran que pelear entre ellas durante ciento treinta años sin que ninguna de las dos obtuviera ninguna ventaja, al final de ese tiempo habría muy pocas personas que consideraran que esa pelea había servido de algo. Esto es lo que sucedió en la segunda mitad del siglo diecisiete.

El gran apóstol del liberalismo fue Locke, que despreciaba a parlamentarios y caballeros y pensaba que lo importante era aprender a vivir en paz con el prójimo, incluso si había asuntos en los cuales uno no coincidía con él. Locke basaba esta actitud de vivir y dejar vivir en la falibilidad de toda opinión humana. No creía que hubiera algo indubitable. Sostenía que todo estaba abierto a cuestionamiento. Proponía que sólo había opinión probable, y que la persona que no tiene dudas es estúpida. Semejante perspectiva, se nos dice hoy en día, es una gran retirada en combate, y por lo tanto tiene que ser desacreditada. Pero los ingleses, al tiempo que sostenían esta actitud, adquirieron su imperio, vencieron a los franceses y a los españoles y sólo fueron vencidos por los norteamericanos que tenían la misma actitud en un grado incluso más marcado.

Aquellos días felices han pasado. Hoy en día el hombre que tiene cualquier duda es depreciado; en muchos países termina en prisión y en Norteamérica se lo considera inapto para desempeñar cualquier función pública. Aquello de lo cual uno debe estar seguro depende, por supuesto, de su longitud geográfica. Al este del Elba, es absolutamente seguro que el capitalismo tambalea; al oeste del Elba es absolutamente seguro que el capitalismo es la salvación de la humanidad. El buen ciudadano no es el hombre que intenta guiarse por la evidencia sino el hombre que nunca se resiste a la inspiración longitudinal.

Norteamérica, que se cree la tierra de la libre empresa, no permitirá la libre empresa en el mundo de las ideas. En Norteamérica casi tanto como en Rusia, uno debe pensar lo que su vecino piensa, o más bien lo que su vecino piensa que conviene pensar. La libre empresa está confinada a la esfera material. Esto es lo que los norteamericanos quieren decir cuando dicen que se oponen al materialismo.

Aquellos a quienes el libre uso de la inteligencia hace difícil someter intelectualmente, dondequiera que el gobierno esté persiguiendo, tienden a oponerse a la autoridad. Pero la actitud liberal no dice que uno debería oponerse a la autoridad. Sólo dice que uno debe tener la libertad de oponerse a la autoridad, lo cual es bien diferente. La esencia de la perspectiva liberal en la esfera intelectual es una creencia en que la discusión imparcial es una cosa útil y que los hombres deberían ser libres de cuestionar cualquier cosa si pueden soportar su cuestionamiento con argumentos sólidos. La visión opuesta, que sostienen quienes no pueden llamarse liberales, es que la verdad ya está dicha y que cuestionarla es necesariamente subversivo.

El propósito de la actividad mental, según estas personas, no es descubrir la verdad sino fortalecer la creencia en las verdades ya conocidas. En una palabra, su propósito en esta visión es la edificación, no el conocimiento.

 La objeción liberal a esta concepción es que a lo largo de la historia las opiniones predominantes han sido, tal como hoy todo el mundo lo admite, falsas y dañinas y que es muy poco posible que el mundo haya cambiado completamente en este sentido. No es necesario para la perspectiva liberal mantener que la discusión siempre llevará a que prevalezca la mejor opinión. Lo que debe sostener es que la ausencia de discusión usualmente llevará a que prevalezca la peor opinión. Sobre esto, creo, hay abundante evidencia en el pasado. En los tiempos que corren, la persecución de la opinión es practicada en casi todas las partes del mundo excepto en Europa occidental, y la consecuencia es que el mundo está dividido en dos mitades que no pueden entenderse una con otra y sólo consideran posible mantener relaciones hostiles.

Por supuesto que se puede argumentar en favor de la edificación como opuesta a la verdad. La edificación, es decir, el aliento mediante argumentos engañosos de las opiniones sostenidas por la policía, tiende a preservar una sociedad estable. Milita en contra de la anarquía y le da seguridad a los ingresos de los ricos. Cuando es exitosa previene la revolución y asegura que reyes y presidentes serán bienvenidos por multitudes que los vitorean siempre que se muestran ante sus súbditos. Cuando por otra parte, se le permite a la razón pura entrometerse en la especulación política el resultado puede ser la liberación de semejante marea de pasión anárquica que todo gobierno ordenado se vuelve imposible. Este es el miedo que inspira a conservadores y autoritarios. Nadie puede negar que los filósofos del siglo dieciocho en Francia prepararon el camino para la guillotina. Nadie puede negar que los filósofos del siglo diecinueve en Rusia socavaron la tradicional reverencia hacia el Zar. Nadie puede negar que bajo la influencia occidental los filósofos chinos debilitaron la influencia de Confucio.

No intentaré sostener que el pensamiento nunca ha tenido efectos malos pero donde ha tenido tales efectos ha sido porque sus enseñanzas fueron aprendidas sólo a medias. El maestro que propone doctrinas subversivas de la autoridad existente, si es liberal, no aboga por el establecimiento de una nueva autoridad más tiránica incluso que la vieja. Propone ciertos límites al ejercicio de la autoridad y desea que estos límites sean observados no sólo cuando la autoridad apoya un credo con el que no concuerda sino cuando apoya a un credo con el que está completamente de acuerdo. Yo soy un creyente en la democracia pero no me gusta un régimen que hace compulsivo creer en la democracia.

A favor de la libertad de discusión existen diversos argumentos. Primero está el argumento de que tiende a promover la verdadera convicción y que la convicción verdadera como regla es socialmente más útil que la falsa convicción. Luego está el siguiente argumento de que cuando la libertad de discusión se restringe, es restringida por aquellos que retienen el poder y es prácticamente seguro que la restringen en su interés. El resultado casi inevitablemente es promover la injusticia y la opresión. Por último está el argumento de que la injusticia y la opresión ejercidas por una casta dominante llevan tarde o temprano a la revolución violenta y que la revolución violenta es apta para desembocar ya sea en la anarquía o en una nueva tiranía, peor que la que ha sido derrocada.

Ha habido siglos y naciones en los que una ortodoxia urbana ha tenido éxito, sin persecución ostensible, en establecer una autoridad intelectual casi indiscutida. El supremo ejemplo de esto es la China tradicional. Toda la sabiduría estaba contenida en los libros confucianos. Para poder entenderlos se requería un considerable nivel de educación. La persona que tenía esta educación controlaba el gobierno y el resultado era un sistema civilizado, en un sentido sabio, y bastante estable durante 2000 años.

De todas maneras en los libros de Confucio no había nada sobre destructores o artillería o potentes explosivos, y, en consecuencia, ni bien China entró en conflicto con occidente, toda la síntesis de Confucio fue vista como inadecuada. Un destino similar puede sucederle a cualquier cultura estática, por muy excelente que sea. Hace unos cincuenta años[1] (ahora la cosa es bien diferente) había una síntesis enteramente china que fue inculcada por aquellos que obtenían “Excelentes” en Oxford. Uno aprendió las filosofías de Platón y Aristóteles y Kant y Hegel. Otras filosofías fueron ignoradas por ser ‘crudas’.

El resultado tenía un considerable mérito estético pero sucedió que no se adaptaba al mundo moderno. En Norteamérica hay quienes esperan sembrar una atmósfera sofisticada en las universidades norteamericanas seleccionando cien grandes libros y confinando la educación a estos libros. Esto es otra vez un ideal estático. Los mejores libros del pasado, en todo caso en lo que tiene que ver con la ciencia, contienen conocimientos menos útiles que cualquier libro de texto muy inferior del presente. Y aquellos que han leído sólo los mejores cien libros ignorarán muchas cosas que deben saber. Es más, los intereses creados rápidamente acumularán los mejores cien libros. Los profesores sabrán sermonear sobre ellos, pero no sobre los libros que quedan afuera de la sagrada centena. Por lo tanto usarán toda su autoridad intelectual para prevenir el reconocimiento de un nuevo mérito. Y pronto va a suceder, como sucedió en la Inglaterra del siglo diecinueve, que casi todo el mérito intelectual sólo se va a encontrar fuera de las universidades.

Quienes se oponen a la libertad, ya sea en la esfera intelectual o en la política, son personas dominadas por la aprehensión a las perversas consecuencias que pueden resultar de la pasión humana desbocada. No voy a negar que existen tales peligros. Pero les pediría a las personas timoratas que recuerden que la seguridad es imposible de alcanzar y es innoble como meta. Hay que correr riesgos y quienes se niegan a correr riesgos incurren en la certeza de un desastre mucho mayor tarde o temprano.

Está muy bien eso de querer morigerar las pasiones humanas pero uno no puede morigerar las pasiones de aquellos que realizan la morigeración. En la imaginación por supuesto usted se ve a usted mismo en esta posición y se sabe una persona de una virtud ejemplar. Esto, querido lector, no lo discutiré. Pero usted no es inmortal. Otros lo sucederán en el oficio del censor y pueden ser menos humanos y menos criteriosos que usted. Pueden construir diques cada vez más altos contra la marea de nuevas ideas, pero por muy afiebrada que sea su construcción, sus diques en algún momento resultarán inadecuados y cuanto más altos se hayan construido más terrible será la inundación cuando las aguas los desborden. No es por semejantes métodos que debe prevenirse la violencia subversiva.  Los peligros que amenazan a los autoritarios son reales pero ningún otro método de combatirlos es tan efectivo como la libertad.

Quizás la esencia de la perspectiva liberal podría resumirse en un nuevo decálogo, que no pretende reemplazar al antiguo sino solamente suplementarlo. Los Diez Mandamientos que como maestro yo desearía promulgar, podrían establecerse como sigue:

  1. No se sienta absolutamente seguro de nada.
  2. No considere que vale la pena crear una convicción ocultando evidencia, porque es seguro que la evidencia saldrá a la luz.
  3. Nunca intente desalentar el pensamiento, porque seguro que tiene éxito.
  4. Cuando usted se encuentre con oposición, incluso de parte de su esposa o de sus hijos, supérela con argumentos y nunca invocando autoridad, porque una victoria que depende de la autoridad es irreal e ilusoria.
  5. No tenga respeto por la autoridad de otros, porque siempre habrá contra autoridades.
  6. No use el poder para suprimir opiniones que considera perniciosas porque si lo hace las opiniones lo suprimirán a usted.
  7. No tema ser excéntrico en sus opiniones porque toda opinión hoy aceptada alguna vez fue excéntrica.
  8. Halle más placer en el disenso inteligente que en el acuerdo pasivo, porque si usted valora la inteligencia como debiera, lo primero implica un acuerdo más profundo que lo último.
  9. Sea escrupulosamente honesto, incluso cuando la verdad es inconveniente, porque es más inconveniente cuando usted trata de esconderla.
  10. No sienta envidia de la felicidad de quienes viven en un paraíso de tontos, porque sólo un tonto pensaría que eso es felicidad.

[1] Este artículo es de 1951.

2 comentarios sobre “LA MEJOR RESPUESTA AL FANATISMO – LIBERALISMO

  1. Considero que Bertrand Russell es uno de los grandes olvidados del pensamiento contemporáneo. Su sinceridad y sus posicionamientos claros sobre temas complicados no le sirvieron para ser popular. Hoy, cualquier referencia en un ámbito medianamente culto hacia su figura es contestado con un «pero era liberal». Así estamos.

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