Ese célebre escritor pringlense – XXVII

De nuevo tengo el gusto de escribir sólo por gusto. Y no es lo mismo sólo que solo. Sólo que el hombre escribe Sólo y Solo del mismo modo y no veo por qué no lo consigo yo mismo y eso que me lo propongo todo el tiempo. Veré si en este libro que reseño hoy puedo sostener un procedimiento coherente entre sólo y solo. Desde luego que no es erróneo ni mucho menos sino que vengo de descubrir que sólo con tilde como yo suelo escribirlo queriendo decir ‘excluyentemente’ o ‘por excepción’ solo es correcto donde un uso sin tilde puede producir confusión como en el ejemplo propuesto: ‘yo voy solo los domingos’ que puede querer decir que los domingos voy sin mi mujer, ni mis hijos, ni voy con un compinche o que no voy sino es domingo. Por lo que concluyo que el solo con tilde es por lo común un exceso de celo, un puntillismo pretensioso de escribidores como yo. Pero en fin. Me fui del tópico en cuestión, que no es otro que este libro que sigue en mi recorrido por los libros del célebre escritor pringlense quien rubricó este que le cuento el once de febrero de dos mil diecinueve, es decir que es un libro reciente.

Sobre el título diré lo que interpreto: que es un signo, un símbolo, un destino, un gesto, un sino. Puede ser todo eso o no serlo, pero es lo que yo entiendo puesto que no he visto el nexo entre un cigüeño buchón y el meollo del cuento. Es un poco lo que sucede con el típico unicornio que no sé cómo cuernos se convirtió en símbolo de emprendimientos exitosísimos fruto del ingenio de unos jovenzuelos desprolijos dueños de cientos de miles de millones de euros que, exitosos y todo, siguen viviendo con los viejos. Unicornio como símbolo de éxito o de prodigio. Supongo que esto es lo que sucede con el plumífero que mi ilustre vecino eligió como título.

Desde el principio mismo se nos dice que hubo un secuestro del referido bicho buchón y que el público se estremeció de estupor. El periodismo (el peri odio mismo – como vemos, todo término incluye su definición ) ocre lo difundió en televisión y por todos los medios posibles encendiendo el miedo por lo desconocido. El cigüeño en sí mismo es un ente nimio, fútil e inconsecuente y, como si esto fuese poco, en extinción, por lo que no es lógico que suscite ningún interés, excepto entre un grupúsculo de excéntricos con intereses estéticos, pero de todos modos se lo comunicó como un pronóstico de los terribles sucesos de un futuro bien próximo, si bien los estudiosos menos grotescos dijeron que un bicho exótico como ese no puede ser el primero de ningún tipo de serie que se respete. Si ellos lo dicen, querido lector, qué puede decir uno.

El hecho es que por su condición de plumífero exótico cundió entre el público el mito propio del monstruo desconocido que el mismo pueblo embrutecido por dosis inconcebibles de los perversos medios de teledifusión no solo (en este contexto sólo y solo no confunden) divulgó sino que terminó por imponer. Porque por el hecho de no tener congéneres el monstruo no puede reproducirse y tiene que convertirse indefectiblemente en mito. Un mito lógico. Pero este pobre bicho es un ser inofensivo y todo el terror que infunde es por consiguiente ridículo.

¿Pero dónde se metió? ¿Pudo extinguirse de repente? ¿Pudo esconderse por temor de ser perseguido por los hombres? Todo se consideró posible pero su misterioso exilio lo convirtió en un ser omnipresente, pudiendo residir en este sitio o en otro. Todos estuvieron convencidos de no tenerlo en sus domicilios pero el secuestro pudo ser hecho por su vecino. Después vinieron los quién, los cómo y los por qué. ¿Quiénes? Un grupo de seres superinteligentes, eso se les ocurrió evidente. ¿Cómo? Pudieron metérselo en un bolsillo o (por el supino desconocimiento de sus dimensiones) meterlo en un enorme remolque de seis ejes y tres motores. Unos dijeron que lo vieron en reproducciones y los pocos que lo vieron en vivo temieron que el bicho les perfore un ojo con el pico desmedido que, según los hipotéticos testigos, el cigüeño buchón posee. De pronto, el tótem benévolo del pequeño pueblo se convirtió en un recuerdo truculento, en un ominoso espejismo terrorífico. Y lo siguiente fue poner en cuestión su origen, quién fue el que lo introdujo en el pueblo, cómo lo obtuvo y sobre todo, por qué coños los entronizó. Los registros históricos, como siempre respondieron lo que en su momento les convino, siendo los registros históricos y los servidores del poder que los escriben, todos y sin excepción, unos soberbios mentirosos y es estúpido creerles.

Bien pudo ser el fruto de un intento estético del Bicho Buchón por esconderse como un pintor, un escultor, un escritor o un músico se esconde después de exhibir el fruto cúlmine de su oficio, queriendo que el misterio complete su óleo, su Venus, su Tiempo Perdido o su Concierto en Do Menor.

Como efecto de un resorte psicológico se modificó el sentido meteorológico del pueblo; no sucedió ningún fenómeno curioso pero hombres, mujeres y niños percibieron los ríos descendiendo crecidos desde los montes con estruendo de explosiones; el sonido se volvió color sobre el negro brilloso del crepúsculo, ocres destellos difundiéndose en nubes fosforescentes con los bordes verdes y rojos creciendo como hongos y produciendo otros cúmulos. Desde el borde inferior de estos gordos cúmulos crecieron unos reflejos níveos extendiéndose, perezosos, pendientes del rumor venido desde el fondo de los globos del cielo. Un trémolo de lienzos de éter rojo tendidos desde los horizontes, soles remotos inmersos en un tripudio nocturno… Norte, sur, este y oeste retenidos en un puño, en un único y enorme cúmulo de iones, neutrones y electrones. Un olor de turbión inminente se ciñó sobre el centro y los suburbios. 

Descripción de hombres y mujeres que recorren el centro, sumidos en sus menesteres. Etc. Se ve el borde de un periódico y el hombre (¿qué hombre?) se siente inquieto por lo sucedido con el plumífero; ¿descubrieron quién lo secuestró? No. Pero seguro que pronto todo el embrollo quede sumido en el olvido. Por el momento, el delincuente que se lo llevó consiguió que no se lo considere uno del montón porque secuestró lo menos previsible. Y todo secuestro supone redención y redención es sinónimo de costo y el costo es dinero, de donde viene el intríngulis de quién lo pone. Un espónsor. Imposible que el gobierno deposite el dinero que se pide (monto desconocido) por los miles de inconvenientes que sufre el pueblo y mucho menos por un bicho inútil como este cigüeño buchón.  Posiblemente un grupo de delincuentes poderosos estuviese discutiendo qué monto exigir por ponerlo libre pero después de todo ese tipo de secuestros extorsivos no son comunes entre los pistoleros de nivel que no suelen meterse con ese tipo de bichos totémicos. Prefieren individuos ricos y notorios; y sobre todo que no vuelen.

Pero dos de esos delincuentes menores, de nombre Jocoserio uno y Quinto de Tos el otro (Supongo que lo de Quinto debe ser en el sentido ibérico de conscripto, porque de otro modo…) son, por el momento, los héroes del reciente libro del pringlense, su ‘dernière nouvelle’, lo que nos tuvo pendientes por quince folios o diez por ciento del libro; señores, eso es escribir. Otro nos hubiese dicho los nombres desde el primer renglón. El hombre no quiere sufrir los juicios críticos, cínicos y crueles como ese de Joyce sobre Proust diciendo que el lector conoce primero que él cómo es el fin del próximo episodio. Los dos son delincuentes de peso ínfimo, desconocidos por los milicos y sin hechos concretos donde se los implique; son los típicos perdedores pobres de los suburbios como pueden verse en Quilmes o en Morón, por poner dos ejemplos concretos.

Desprovistos los dos de todo tipo de objetivos decidieron que este quilombo del Cigüeño Buchón fuese de su interés y en él se comprometieron. Los compinches, se nos dice, disponen de un enorme depósito viejo y ruinoso, bien mostrenco conseguido de modo ilegítimo, donde se reúnen sin un propósito definido. Se siguen reflexiones sobre los posibles usos previos del inmueble. De repente, llueve (los cúmulos con bordes verdes y bermejos que vimos en el principio) y no es un simple turbión sino un monzón eterno. Esto puede ser un signo bíblico. Los ruidos intensos del terrible fenómeno meteorológico, los remolinos metiéndose en torrente por los vertederos, los destrozos producidos por un viento ciclónico les impidieron decirse sus respectivos sentimientos. Con el primer lucero visible en el cielo (¿pero cómo lo vieron? Muy simple, por uno de los miles de orificio en el techo del depósito) los hombres corrieron en dirección de sus respectivos domicilios donde, hijos únicos los dos, viven con los respectivos seres que los pusieron en este mundo quienes el próximo invierno cumplen, coincidentemente, diecinueve lustros, o poco menos de un siglo.

Este coincidir no es un recurso sencillo de un escritor mistongo; no señor. Es increíble el enorme número de sucesos coincidentes que uno no percibe y este último es un mero botón de ejemplo. De hecho los dos individuos se conocieron porque coincidieron como testigos de un suceso fortuito, un choque, en el que murió un conscripto, tendido en el suelo. Ese suceso fortuito y el descubrimiento posterior de similitudes inverosímiles entre ellos, los unieron fuertemente. Todo esto es muy dentro de lo posible. Discurriendo sobre estos puntos coincidentes y otros muchos que en este momento muy comprensiblemente no recuerdo, los dos hombres recorren el depósito oscuro que no tiene ventiluces ni portones por donde entre un poquito de luz y mucho menos de noche y lloviendo como llueve. Supongo que los hombres, por fin, se duermen. El cuento sigue con pormenores de los seres que los tuvieron nueve meses en el vientre, que tienen los mismos nombres (Jocoserio y Quinto de Tos) pero con signo femenino. Es suerte que se nos cuenten los pormenores de uno solo de esos seres porque son los mismos; dos mujeres con un solo hijo; mujeres que duermen como troncos porque ni se les ocurre que sus respectivos hijos (únicos) no estuviesen en sus (respectivos) domicilios con un terrible tifón como ese. Se describen sueños seniles. Se describen recorridos inconcebibles en el Tiempo y en el Cosmos. Pero este concepto críptico, ¿hubiese sido por lo menos posible? ¿Cree usted, lector insomne, que este concepto es lógico? Le sugiero el siguiente ejercicio: pregúntese como el escritor omnisciente del episodio 17 de Odiseo:

¿Qué hubiese hecho que ese regreso resulte ilógico?

Un equilibrio divergente entre un éxodo y un retorno en el tiempo por el cosmos reversible y un éxodo y regreso en el cosmos por el tiempo irreversible.

Porque el Universo, el Cosmos, es viejo y sigue produciendo prodigios novedosos; se puede ser viejo y seguir escribiendo. ¿Cómo, Qué no? Ejem. ¡Plop!

Vuelven los dos héroes, sumidos en reflexiones sobre lo que quiere decir Presente como opuesto de No Presente. En resumen, todo lo que existe es Presente, solo (me estoy luciendo con este uso de solo en vez de sólo) que unos lo ven y otros no porque en el mismo momento que ven un objeto desconocen otros objetos Presentes incluso objetos muy próximos unos de otros, como uno desconoce quién es el vecino del piso contiguo. Por ejemplo Jocoserio ve un hombre musculoso en ciclomotor y el mismo (el ciclomotor) lo seduce, entonces profiere: ‘¡Qué ciclomotor!’ y Quinto de Tos, seducido por los músculos desnudos del hombre, profiere: ‘¡Qué hombre!’. Dicho esto en el mismo momento, en el siguiente momento se dicen, sorprendidos: ‘¿Qué ciclomotor?’ y ‘¿Qué hombre?’ Es el propio ser visible o invisible de los objetos lo que los define como (pude retener el concepto pero no entiendo por qué se me olvidó el cómo; disculpe, lector). En síntesis, esto es lo que pudo suceder con el Cigüeño Buchón, un simple desequilibrio entre quienes lo vieron y quienes no lo vieron. Como suele suceder con los letreros enormes que son los que el público menos lee.

Se produce un brinco medio brusco en lo que nos refiere el escritor omnisciente y vemos que de repente surge Sheile (digresión, recuerdo coincidente que ocurre en el episodio doce de Odiseo: ‘El héroe envolvió su bello perfil ciñendo su cuerpo en un tierno mimo, diciendo con dulzor Sheile, Sheile, tesoro mío. Feliz por el uso de su primer nombre, le besó con fervor los diversos sectores descubiertos de su cuerpo donde el  decoro de los indumentos del presidio le permitieron que los roce con sus bríos.’ Fin de digresión), cuyo hechizo femenino seduce como un refucilo los espíritus sensibles de los dos delincuentes, viejos insolventes y de poco peso que emergen del depósito ruinoso. En el sorpresivo encuentro Sheile profiere desde enfrente, donde vive:

–¡Qué dicen, mis vecinos!

Posiblemente influidos por un impulso erótico los dos hombres discuten sobre el mejor modo de meterse dentro del bolso del colegio de Sheile, con qué intenciones, lo desconozco. Y descubrimos que Sheile tiene un enorme interés en lo sucedido con el Cigüeño Buchón; el bicho se le convirtió en obsesión como si fuese un psicotrópico de esos que hubiese querido consumir si no fuese por los precios excesivos que el poder les impone por el estúpido hecho de perseguir el consumo. El opio y sus usos; descripción y métodos de uso; consejos de expertos y utilísimos tips. Entonces tenemos que Cigüeño Buchón = Psicotrópico. Se ofrecen reflexiones sobre por qué un ser joven y bello como Sheile puede querer consumir psicotrópicos; reflexiones que los dos mequetrefes descubrieron leyendo el periódico del distrito, posiblemente escrito por su único miembro, director, reportero, vendedor de promociones, editor e impresor. El suelto que les interesó respecto del vicio de Sheile fue El hombre oscuro del perrito níveo.

El hombre oscuro es un individuo, como el nombre lo dice, vestido de negro que solo es visible de noche entre corredores oscuros en virtud de un borrón níveo que le envuelve los pies. Este borrón níveo que lo distingue en un mundo tenebroso es, evidentemente, su perrito, su fiel seguidor. El hombre es proveedor de drogones. Porque los drogones requieren siempre de un proveedor que les suministre lo que consumen, los productos prohibidos que les permiten vivir.

Esto que leyeron les provocó un ensueño; ¿cómo pudo un solo hombre escribir ese texto y cumplir con todos los otros roles de un periódico? Siguen disquisiciones sobre el oficio de escribir. Triste consuelo del escritor, el perfil del Lector perfecto, ilusorio, excelso que el mundo del intelecto requiere como motor imprescindible o, lo que es lo mismo, ese lector insomne con el que soñó Joyce.

Lo que viene es un regreso en el tiempo sobre un hecho que se contó, cómo se conocieron Jocoserio y Quinto de Tos. Lo del conscripto (o el quinto) que murió en un choque con su moto Guzzi. Pero en este regreso el conscripto se pone de pie, confundido, se sube en su moto y emprende el retiro, medio dolorido pero entero; lo que entonces vieron como un humor venoso en el piso resultó ser… pis. Porque el pobre tipo del susto se orinó y ni bien recuperó el conocimiento y se miró, se puso rojo del bochorno y se fugó. Entonces ellos sintieron que el origen de su vínculo de compinches se quedó sin sustento puesto que todo entre ellos comenzó con un dolorido coloquio sobre el sueño que los dos tuvieron sobre un conscripto muerto y como por lo visto el conscripto no murió sino que solo perdió el conocimiento por unos minutos y no sufrió ni un mísero corte o moretón, se cubrieron de desilusión. De todos modos se nos refiere de nuevo cómo fue que se convirtieron en tenedores ilegítimos de un inmueble mostrenco, monstruoso por lo oscuro y enorme. Lo que se dice un regreso con pormenores y descripciones que contribuyen con ciertos elementos específicos que pudimos eludir leyendo el libro en un primer momento. Coincide esto con lo dicho sobre ver y no ver, lo Presente, lo Omnipresente y lo No Presente o Impresente. Se describen de nuevo los objetos dentro del depósito (cubiertos de polvo y herrumbre) y sus hipotéticos usos en el momento de oro de lo que fuere que hubiesen producido unos obreros o espectros de obreros, en un pretérito remoto.

Y justo escribo ‘espectros’ coincidentemente con el vuelo de unos lienzos de un níveo fosforescente por el cielo renegrido del depósito, unos lienzos como de lecho doble que después disminuyeron como lienzos de lecho simple y por fin como cobertores de cojín. Figúrese, lector, el susto de nuestros héroes delincuentes inofensivos, Jocoserio y Quinto de Tos. Pero no son espectros; por fin descubren que son búhos. Dos búhos progenitores y su prole de pichones. Los héroes bribones temieron que Sheile se riese de sus nombres ridículos y primero uno dijo ser Norberto y el otro, increíblemente respondió:

–¡Lo mismo que yo!

Es decir que en el medio del libro tenemos dos Norberto que coinciden poco menos que en todo. Increíble. Puede ser, es decir, no es imposible, pero es difícil de creer sobre todo en tipos que no son gemelos ni mellizos y que se conocieron en torno de un conscripto muerto que no murió. O es un recurso de efecto seguro de esos que uno ve en los novelones de medio pelo o los seres que los pusieron en este mundo tienen un dispositivo como el Túnel del Tiempo, dispositivo muy común en los libros de ficción con tono científico con el que hubiesen podido conseguir que sus belenes coincidiesen, pero hubiesen tenido que tener dos dispositivos que se enfrenten entre ellos como espejos que reflejen sus respectivos pretéritos, presentes y futuros (¡figúrese el precio de un dispositivo de esos!).

Pero siendo dos vejestorios no hubiesen podido disponer de esos dispositivos sin que se los obsequien sus respectivos hijos (¿pero cómo si ni se conocen porque el conscripto viene en su Guzzi pero no chocó?) en el mismísimo momento sincrónico. El dispositivo, poco promisorio, consiste de dos cubos (como un contenedor de libros) con unos piolines insertos. Pero con ese coso pueden recorrer los recovecos del Tiempo sin ningún límite, si quieren (se incluyen los reinos de Tutmosis  I, II y III como ejemplos concretos de lo efectivo del sencillo dispositivo). Con este coso puede descubrir el modo en que, no existiendo, concibe un hijo y conocer que su futuro hijo debe escribir cientos de libros que los críticos destruyen y sobre el que los fieles protectores del culto construyen edificios y kioscos monstruosos en su propio beneficio.

No puedo eludir extenderme un poco sobre el dolor que me provocó lo que leí sobre el estupro de los búhos con sus propios pichones, por celos. Y me pregunto en serio si no es cruel en exceso y me respondo que el texto hubiese podido sobrevivir sin esos renglones vomitivos. Pero no lo escribí yo, ni lo hubiese escrito. En fin.

Querido lector; me he impuesto un límite en lo que reseño; este libro de hoy es denso y en beneficio de los seguidores de estos escritos hubiese querido seguir escribiendo y escribiendo con el consiguiente peligro de convertirme en spoiler o de no ser leído. Si no me gustó o me gustó un poco, mucho o muchísimo no lo diré, porque temo influir en su opinión como es común entre los que solo quieren oírse ellos mismos. Un solo consejito, es cien veces mejor que perder el tiempo en ese mundo de periódicos indulgentes u opositores de turno, series, novelones y ponzoñosos noticieros televisivos y el que lo lee, en vez de empobrecerse, se enriquece.

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