LESTRIGONES

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LOS EPISODIOS

8.

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ESCENA                                      El almuerzo

HORA                                              1 p.m.

ÓRGANO                                       Esófago

ARTE                                          Arquitectura

SÍMBOLO                                                     Editor

TÉCNICA                                      Entimema

Los pensamientos de un almuerzo nunca están lejos de la mente de Mr. Bloom a lo largo de todo este episodio. La única ocupación inmediata que tiene a mano es visitar la biblioteca nacional para buscar, en un número atrasado del Kilkenny People, un aviso que le ha prometido a uno de sus clientes volver a publicar. Mientras tanto aprovecha la hora vacía para regodearse en su Wanderlust[1], su pasatiempo de ver las viviendas de muchos hombres y observar sus diversas mentalidades. “Un sombrío joven de la Y.M.C.A., atento en medio de los cálidos vapores dulces de Graham Lemon, depositó un volante en la mano de Mr. Bloom. … Elías está llegando. Dr. John Alexander Dowie, restaurador de la iglesia de Sion, ya llega. Dilly Dedalus, “todavía allí” en la entrada de la casa de compraventas de Dillon, despierta la compasión de Mr. Bloom. “Debe estar vendiendo alguna chuchería … Por Dios, el vestido de esa pobre niña está hecho jirones. Además parece desnutrida. Papas y margarina, margarina y papas. Con el tiempo lo sienten. Probar el budín. Destruye el organismo.” Al cruzar un puente mira pasar una barcaza de la destilería navegando hacia el mar y unas gaviotas aleteando con fuerza alrededor. “Espera. Esas pobres aves.” Compasivo, compra dos tortas de Banbury.  

“Deshizo la masa quebradiza y arrojó los fragmentos al Liffey. … Volaron en círculo, aleteando débilmente. No les tiraré más. Un penique es suficiente. Por lo que agradecen. Ni siquiera un graznido. Además trasmiten la aftosa. Si uno ceba un pavo, digamos, con castañas tiene gusto a eso. Al comer cerdo uno huele a cerdo. ¿Pero entonces por qué los peces de agua salada no son salados? ¿Cómo es eso?”

La esfera en la Oficina del Balasto le recuerda la Historia de los Cielos de sir Robert Ball, y la críptica palabra paralaje se le mete en la cabeza. “Nunca entendí del todo.” Es por eso quizás que esa palabra fascina tanto a Mr. Bloom –porque de cualquier manera no hemos oído en absoluto hablar de “paralaje”. Lo oriental que hay en Mr. Bloom siempre anda a la búsqueda de la Palabra, así como cualquier hijo puede ser el Mesías, cualquier palabra misteriosa –¿por qué no Paralaje? –  puede ser la Palabra Inefable. Pero el sentido común se impone, el sentido terrenal de Mrs. Bloom, que no es muy amiga de “abstruosidades” como paralaje y metempsicosis: “Meten sin coces decía ella. … Después de todo tiene razón. Sólo palabras grandilocuentes para cosas comunes.”

“Una procesión de hombres sándwich vestidos de blanco avanzaba lentamente hacia él a lo largo de la cuneta, con franjas escarlata cruzando los carteles. Pichinchas. Son como ese sacerdote de esta mañana: hemos pecado; hemos sufrido. Leyó las letras color escarlata en las cinco galeras blancas: H.E.L.Y.S. Wisdom Hely’s. La Y, rezagándose, sacó de abajo del panel delantero un trozo de pan, se lo metió en la boca y masticó mientras avanzaba.”

Se acuerda del tiempo en que trabajaba para Hely y de cómo le disgustaba la corvée [2] de ir a cobrar deudas a un convento. “Esa era una monja preciosa … Dicen que fue una monja la que inventó el alambre de púas.”  Los días en que Milly era una criatura. Su noche del baño.

“Compré jabón americano: saúco. El cálido aroma del agua del baño. Qué graciosa se veía toda enjabonada. Y bien formadita además. Ahora la fotografía. El taller de daguerrotipos del que me hablaba el pobre papá. Gusto hereditario.

“Caminó junto al cordón de la vereda.

“La corriente de la vida …”

Aquellos eran los buenos tiempos, los días de alción, cuando Marion aún era amable. “Un silbido y un suave flop del corpiño sobre la cama. Siempre con el calor de ella. Siempre le causaba placer quitárselo. Sentado ahí hasta casi las dos, quitándole las horquillas. Milly arropada en la cuna. Felices. Felices. Esa fue la noche en que…”

Sus reflexiones son interrumpidas por el saludo de Mrs. Breen, una vieja amante, ahora casada con “un viejo lunático errabundo”

“–Debe ser luna nueva –dijo–. En luna nueva siempre anda mal.

–¿Sabe lo que hizo anoche?

La mano dejó de hurguetear. Sus ojos se fijaron en él, alertas aunque sonrientes.

–¿Qué? –preguntó Mr. Bloom.

Dejémosla hablar. Mirarla fijo a los ojos. Te creo. Confía en mí.

–Me despertó durante la noche –dijo–. Tuvo un sueño, una pesadilla.

Indigestión.

–Dijo que el as de espadas estaba subiendo las escaleras.

–¡El as de espadas! –dijo Mr. Bloom.

Sacó una tarjeta postal doblada de la cartera.

–Lea esto –dijo–. Lo recibió esta mañana.

–¿De qué se trata? –preguntó Mr. Bloom tomando la tarjeta–. ¿U.P.?

–U.P.: up –dijo ella–. Alguien le está tomando el pelo. Es una verdadera vergüenza sea quien sea.

–Realmente –dijo Mr. Bloom.

Volvió a tomar la tarjeta, suspirando.

–Y ahora está yendo a la oficina de Mr. Menton. Quiere presentar una demanda por diez mil libras, dice.

“Dobló la tarjeta guardándola en la cartera desordenada e hizo chasquear el broche al cerrarla.

“El mismo vestido de sarga azul de hace dos años, la tela descolorida. Ha conocido días mejores. Un mechón de pelo sobre la oreja. Y esa toca desaliñada, con tres viejas uvas para rejuvenecerla. Miseria decente. Solía andar muy bien vestida. Arrugas en las comisuras. Apenas un año mayor que Molly o algo así.

“Hay que ver la mirada que le echó esa mujer al pasar. Cruel. El sexo que no tiene piedad.”

Mr. Bloom se entera por Mrs. Breen de que su amiga en común Mina Purefoy está en el hospital de la maternidad de Holles Street. “Lleva tres días sufriendo.” Mientras sigue caminando, indeciso sobre dónde almorzar, se conduele internamente de la desafortunada Mrs. Purefoy.

“Sss. ¡Tch, tch, tch! Tres días imagínate gimiendo en la cama con un pañuelo empapado en vinagre sobre la frente, el vientre todo hinchado. ¡Fiú! ¡Sencillamente espantoso! La cabeza de la criatura demasiado grande: fórceps. Doblado en dos dentro de ella pujando a ciegas, buscando a tientas la salida. Eso me mataría. Suerte que Molly los tuvo sin problemas. Deberían inventar algo para evitarlo. La vida con trabajo forzado. La idea del sueño crepuscular. …”

La vista de un escuadrón de policías le recuerda cuando se vio involucrado en un grupo de jóvenes médicos protestando contra la guerra de los bóeres. “Son unos idiotas: pandilla de vagos gritando hasta soltar los bofes.” MR. Bloom siente poca simpatía con los fanáticos políticos, aunque asume un interés académico en la técnica de la conspiración, por ejemplo el “círculo de los diez” de James Stephen. (Este James Stephen, un conspirador que escapó de la cárcel con la ayuda de la hija del carcelero, no debe confundirse con el eminente escritor del mismo nombre.)

Una nube densa cubre el sol, y el humor se le oscurece por  una sensación de la interminable y fútil rutina de las cosas, los tranvías adelantándose unos a otros, llegando, saliendo, con un estruendo incesante a lo largo de los circuitos ranurados.

“Palabras inútiles. Las cosas siguen igual, día tras día: escuadrones de policía que marchan, regresan; tranvías que van y vienen. Esos dos chiflados dando vueltas por ahí. Dignam acarreado. El vientre hinchado de Mina Purefoy echada en una cama gimiendo para que le arranquen el hijo de una vez por todas. Un nacimiento por segundo en alguna parte. Otro que muere cada segundo. Cinco minutos desde que di de comer a las aves. Trescientos estiraron la pata.

“Una población entera desaparece, otra población entera viene, desapareciendo también; otra que llega, desaparece. Casas, hileras de casas, calles, millas de pavimento, ladrillos apilados, piedras. Cambiando de manos. Este dueño, otro. Dicen que el propietario nunca muere. Otro se mete en sus zapatos cuando le llega la noticia de la partida. Pagan el precio en oro y siguen teniendo todo el oro. En algún momento estafaron. Apiñados en las ciudades, desgastados siglo tras siglo. Pirámides de arena. Construidos sobre pan y cebollas. Esclavos. Muralla china. Babilonia. Quedaron grandes piedras. Torres redondas. El resto ruinas, suburbios que se expanden, edificados como sea, las casas hongo de Kerwan construidas de viento. Refugio para la noche.

“Nadie es nada.

“Esta es la peor hora del día. Vitalidad. Embotado, deprimente: odio esta hora. Me siento como si hubiera sido comido y vomitado.”

Ve a A.E. (Mr. Geo Russell) conversando con una mujer joven y se pregunta si no es Lizzie Twigg, una de las muchas jóvenes de Dublín que respondieron a su aviso buscando una dactilógrafa para “ayudar a caballero en trabajo literario”.

“Mis esfuerzos literarios han tenido la suerte de lograr la aprobación del eminente poeta A.E.,” había escrito ella. “Sus ojos siguieron la alta figura vestida en ropas rústicas, de barba y en bicicleta, con una mujer que escucha a su lado. De vuelta del restaurante vegetariano. Sólo vehedales y fruta. No se comen un churrasco. Si lo haces, los ojos de esa vaca te perseguirán por toda la eternidad. Dicen que es más sano. No es más que viento y agua. Lo probé. Te hace ir al baño todo el día. Malo como el arenque ahumado. Pesadillas toda la noche. ¿Por qué le dicen a eso bife de nuez? Nuecerianos. Frutarianos. Para darte la ilusión de que estás comiendo un verdadero churrasco. Absurdo.”

Mr. Bloom entra a un restaurante pero la vista de los carnívoros comiendo le repugna.

“Hombres. Hombres. Hombres.

“Encaramados en altos taburetes junto a la barra, los sombreros echados hacia atrás, en las mesas, volviendo a pedir pan a discreción, lamiendo sus vasos, lobos engullendo su comida insípida, los ojos que se hinchan, limpiándose los bigotes mojados. Un joven de rostro pálido y transpirado lustró su vaso cuchillo tenedor y cuchara con la servilleta. Nuevo contingente de microbios. Un hombre con una servilleta de niño manchada con salsa atada alrededor del cuello tragaba sopa con un ruidoso gorgoteo. Un hombre escupiendo en el plato: cartílago a medio masticar; no hay dientes como para mascarmascarmascarlo.”

Asqueado, Mr. Bloom retrocede. “No podría comer un bocado aquí. … Salgamos. Detesto a los comensales mugrientos.”

Recuerda su época de empleado en el mercado de hacienda.

“Las pobres bestias del mercado de hacienda esperando que el hacha les parta el cráneo. Muu. Pobres novillos temblorosos. Mee. Terneritos tambaleantes. Tortilla de verdura. Los bofes bamboleándose en los tachos del carnicero. Deme ese pechito del gancho. Flop. Cabeza pelada y huesos sanguinolentos. Ojovítreas ovejas despellejadas colgadas de sus cuartos traseros, hocicovejas sangrempapelados llorigoteando nasojalea en el aserrín. Bofes y chinchulines colgando. No machuques esos cortes, muchacho.”

(“Bofes y chinchulines” son términos de carnicero para denominar las menudencias del animal sacrificado. El carnicero se dirige al ayudante que controla la carne a medida que va saliendo.)

No es sorprendente que Mr. Bloom, tras su reminiscencia de la masacre del matadero, considere casi favorablemente, la dieta más delicada del caníbal. El realismo de esos pasajes puede resultar repugnante para algunos omnívoros que los leen, pero el hombre civilizado es capaz de olvidar que así como muere, vive “bestialmente” (para citar a Buck Mulligan)[3] y, que salvo por su alma, si es que la tiene, tiene poco de qué jactarse…

Por fin, en lo de Davy Byrne,[4] después de un sándwich de queso y un vaso de borgoña, Mr. Bloom descubre que su humor oscuro se le está pasando y se entrega a una evocación de belleza recordada.

“Pegadas al vidrio de la ventana zumbaron dos moscas, pegadas.

“El vino resplandeciente en su paladar se demoraba tragado. Exprimiendo en los lagares uvas de Borgoña. Es el calor del sol. Como una caricia secreta que me trae recuerdos. Con el húmedo contacto sus sentidos recordaron. Escondidos bajo unos helechos salvajes en Howth. A nuestros pies la bahía adormecida el cielo. Ni un ruido. El cielo. La bahía púrpura junto a Lion’s Head. Verde junto a Drumleck. Verdeamarilla hacia Sutton. Campos submarinos, líneas de un marrón claro en el pasto, ciudades sepultadas. Ella tenía el cabello apoyado en mi abrigo, las tijeretas en las matas de brezo mi mano debajo de su nuca, vas a despeinarme. ¡Oh, maravilla! Fresquisuave de ungüentos su mano me tocó, acariciándome; sus ojos clavados en mí no se desviaron. Embelesado me tendí sobre ella, los labios llenos, la boca bien abierta, la besé en la boca. Hum. Con suavidad me dio en la boca torta de anís tibia y masticada. Pulpa empalagosa que su boca había mascado dulce y agria por la saliva. Alegría; la comí; alegría. Vida joven, los labios que me ofreció haciendo pucheros. Suaves, cálidos, pegajosos labios gelatigomosos. Flores eran sus ojos, tómame, ojos anhelantes. …  En una entrega completa me revolvió los cabellos. Besada, me besó.

“Yo. Y ahora yo.

“Pegadas, las moscas zumbaron.

“Sus ojos bajos siguieron las vetas silenciosas del listón de roble. Belleza; se curva; las curvas son la belleza. Diosas de bellas formas, Venus, Juno; el mundo admira las curvas … diosas desnudas. Ayuda a la digestión. A ellas no les importa qué hombre las mira. Todo para ver. Sin hablar nunca. Quiero decir a tipos como Flynn. Supongamos que ella hiciera Pigmalión y Galatea, ¿qué diría primero? ¡Mortal! Te pondría en tu lugar. Beben sin medida néctar de los dioses en fuentes de oro, todo ambrosía. No como los almuerzos de seis peniques que comemos nosotros: cordero hervido, zanahorias y nabos, botella de Allsop. Néctar, imagínate bebiendo electricidad; alimento de los dioses. Adorables formas de mujeres junonianas esculpidas. Adorables inmortales. Y nosotros metiendo comida por un orificio y largándola por detrás: alimento, grasa, sangre, excrementos, tierra, alimento; hay que alimentarlo como se alimenta a una locomotora.”

Mientras tanto los otros clientes en Davy Byrne’s discuten sobre los corredores en la Ascot Gold Cup; Bantam Lyons le cuenta a Paddy Leonard que Mr. Bloom le ha dado una fija para la carrera –una mentira destinada a que Mr. Bloom más tarde en el día se meta en problemas con un Cíclope. En su camino al Museo (para examinar la anatomía de las diosas griegas allí exhibidas[5]) hace de Buen Samaritano con un afinador de pianos ciego.

“¡Pobre muchacho! Un niño casi. Terrible. Verdaderamente terrible. ¿Qué sueños puede tener si no ve? La vida es un sueño para él. Dónde está la justicia de haber nacido de esa manera. Todas esas mujeres y esos niños de la excursión quemados vivos y ahogados en Nueva York. Holocausto. Karma le dicen a la transmigración por los pecados cometidos en una vida pasada, la reencarnación meten sin coces.”

Llegando al museo espía a Blazes Boylan a la distancia; como antes (ver el episodio Hades) en la ocasión de una fugaz visión del amante de su esposa, la perturbación de Mr. Bloom está indicada por una interrupción del monólogo silencioso y una engañosa atención a algo en él mismo. Interpreta la comedia para él mismo, no en beneficio de posibles espectadores. Lo que sea para superar este mauvais moment!

“Estoy buscando ese. Sí, ese. Busquemos en todos los bolsillos. Pañue. Freeman. ¿Dónde lo habré? Ah, sí. Pantalones. Monedero. Papa. ¿Dónde lo habré?

“De prisa. Caminemos lentamente. Un momento más. Mi corazón.

“Su mano buscando el dónde lo habré metido encontró en el bolsillo trasero jabón loción tengo que pasar papel tibio pegoteado. ¡Ah, el jabón ahí! Sí. Portal.

“¡A salvo!”

Una de las preocupaciones de los héroes homéricos al desembarcar en cada isla desconocida era descubrir la clase de comida de la que vivían los habitantes. La fórmula de la Odisea “hombres que viven del pan en la tierra” no es una perífrasis vacía de “seres humanos”; la comida que una nación come es, hasta cierto punto, el criterio de su civilización, como la biblioteca de un hombre educado es generalmente el índice de su constitución mental. Pausanias habla despectivamente de los arcadios porque comen bellotas y se visten con pieles de cerdo y pocas dudas caben de que Odiseo y sus compañeros habrían clasificado a los arcadios en una escala inferior a los “hombres que viven del pan”. La sugerencia del doctor Merry de que la expresión σῖτον ἔδοντες (comedores de pan) meramente distingue mortales de dioses y bestias, como si fuera algo más que un epíteto fijo”, parece no ir lo suficientemente lejos. Era conveniente para los griegos errantes corroborar los modales en la mesa de los pueblos a cuyas tierras llegaban –si iban a encontrarse con el encanto de los amables comedores de loto, la cultura de la caridad alimentaria, o –el problema más urgente de todos– los peligros de la hospitalidad caníbal.[6] Si Odiseo hubiera conocido la dieta de los “fornidos lestrigones” habría ciertamente disuadido a sus compañeros de amarrar sus naves junto a los prominentes acantilados del puerto de Lamos. El señuelo, “la eximia hija del lestrigón Antífates” los atrajo a la morada de su padre, donde hallaron a “la esposa, que era alta como la cumbre de un monte, y cobráronle no poco miedo”. Ella llamó al preclaro Antífates, quien  en el acto “agarró a uno de los compañeros y aparejóse con el mismo el almuerzo”. Después dio un grito y los enormes lestrigones lanzaron grandes rocas a las naves de Odiseo “y luego se alzó en las naves un deplorable estruendo causado a la vez por los gritos de los que morían y por la rotura de los barcos; y los lestrigones, atravesando a los hombres como si fueran peces, se los llevaban para celebrar nefando festín”.

Como en la Odisea, en el registro del Bloomsday los retorcijones del hambre y los ritos de refección tienen su lugar asignado. La persistencia del “tema del hambre” en la Odisea es digno de destacar; se hace oír dentro y fuera de temporada, como por ejemplo cuando Odiseo formula una apasionada petición al rey Alcínoo (Libro VII) o, de nuevo, en el dramático momento en que Odiseo está por entrar de vuelta en su palacio (Libro XVII). La preocupación por el cuándo, dónde y cómo procurarse la próxima comida está siempre con el hombre errante, griego o judío. En el episodio Lestrigones, de todos modos, el tema de la voracidad domina sobre todos los demás y está desarrollado hasta un clímax de disgusto, seguido por un cierre tranquilo –la frugal colación de Mr. Bloom consistente en un sándwich y un vaso de vino.

La técnica del episodio se basa en un proceso de nutrición: peristalsis, “el movimiento muscular automático consistente en contracciones por olas en círculos sucesivos por los cuales la materia nutritiva es impulsada a lo largo del canal alimentario”.  Este proceso está simbolizado por las pausas de Mr. Bloom ante varios lugares de refresco, los movimientos incompletos que realiza hacia la satisfacción de los ataques de hambre que lo urgen espasmódicamente y su aplacamiento final. Una referencia directa al movimiento de la alimentación es visible en el esquema de Mr. Bloom para observar algunos alimentos coloreados (“espinaca digamos”) recorriendo el camino a través del cuerpo humano. “Tendría que ser algo verde; espinaca digamos. Con un proyector de rayos Röntgen se podría. … y mirarlo en todo su recorrido descendente, uno se traga un alfiler a veces le sale por las costillas años más tarde, da vueltas por el cuerpo, cambiando el conducto biliar, la vesícula inyectando el hígado, jugo gástrico, espirales de intestinos como cañerías.” Peristálticos, también, son los movimientos de “Poste de luz” Farrell, el peatón excéntrico que recorre en zigzag las calles de Dublín, rodeando los postes de luz. Hay, quizás, otra ilustración de esta técnica en las reflexiones de Mr. Bloom sobre la apariencia de las mujeres preñadas. “Era gracioso ver a las dos juntas … Molly y Mrs. Moisel. Reunión de madres. La tisis se retira por el momento, después vuelve. Qué chatas se ven después de repente. Ojos llenos de paz. Les alivia la mente.” La caída y el surgimiento de las ciudades, surgiendo otra vez, cayendo otra vez; “siempre el mismo dindón” de la naturaleza”; crecimiento, decadencia; las filosofías de cada época, molidas, masticadas (“uno nunca sabe los pensamientos de quién se está masticando”), reformadas en un tejido similarmente nuevo para una próxima generación, troceadas de nuevo y servidas como el plat du jour para modernistas admirativos –todo sucede una y otra vez. Sin embargo, como Mr. Bloom, pese a su náusea pasajera, lo sabe, volvemos al banquete con apetito renovado, como el “terrier voraz” que observa en Duke’s Lane, que vomita “un  revuelto viscoso” y vuelve a lamerlo con renovado brío.

Aquí, como en los episodios precedentes, las metáforas empleadas están en armonía con el tema, y las alusiones alimentarias añaden su pungencia al denso hedor de Dublin a la hora del almuerzo. Así los pro bóeres son una “pandilla de vagos gritando hasta largar los bofes”, los versos sentimentales son cosa de “cremosos soñadores”, Mrs. Bloom “está bien alimentada”, Paddy Leonard conmina a Bantam Lyons a que “si vale algo”[7] le dé sin vueltas la fija para la Gold Cup. El arte de la arquitectura, que es uno de los asuntos tratados en este episodio (las referencias a edificios van desde las pirámides y la muralla china al Museo de Dublín, diseñado por Sir Thomas Deane), está mezclado con el tema nutritivo en la alusión de Mr. Bloom a “las cremosas curvas de la piedra”. El método de Joyce de terminología selectiva está además ilustrado por la nomenclatura de personas o lugares vistos o mencionados por Mr. Bloom en su monólogo silencioso. De este modo hace una pausa en la esquina de Butler’s, junto al monumento[8], recuerda cómo “jugaba a los monos” en Goose Green, recuerda el monte Vinegar y la “banda de los mantequeros”, pasa por la casa del preboste, ocupada por el reverendo doctor Salmon.

Hay algunos recuerdos directos de la descripción homérica del desastre ocurrido a los compañeros de Odiseo en Lamos. “Las gaviotas se lanzaron en picada dos, luego todas, precipitándose desde lo alto sobre la presa. Listo. Ni una miga. Consciente de la voracidad y de la astucia de las aves, se sacudió de las manos hasta la última miga. No se lo esperaban.” Mr. Bloom se figura una cocina comunal con “una olla tan grande como el Phoenix Park. Arponeando en ella filetes y cuartos traseros.” El descenso de las gaviotas, lanzándose sobre las presas, recuerda la matanza de los lestrigones, precipitándose desde los acantilados sobre la bonanza inesperada, y la olla sopera puede asimilarse al anillo de la dársena, donde las tripulaciones de todas las naves aqueas salvo la de Odiseo (que había amarrado prudentemente en el exterior) fueron hundidas o arponeadas por los caníbales. Lestrigón es también el tema de la quintilla de Mr. Bloom sobre el triste fin del muy digno misionero[9] fray Pedro, que fue engullido con gusto, y su dispéptico “me siento como si hubiera sido comido y vomitado”.


[1] Placer de viajar.

[2] NdT: faena.

[3] NdT: el comentario de Buck Mulligan en el primer capítulo refiriéndose a la madre de Stephen, bestialmente muerta”.

[4] Estoy en deuda con Mr. Roger McHugh por permitirme citar de una carta suya, describiendo “Davy Byrne’s” que, al igual que uno de los licores que provee, mantiene su fuerza. “Cromados, acero, murales, barman inicialado a quien Joyce habría apreciado como de la tropa de HELY’S. Vi a un viejo mirando lúgubremente su vaso y murmurando ‘Este solía ser un pub terriblemente hermoso. ¡Un pub … terriblemente … hermoso!’” Lágrimas, ociosas lágrimas…

[5] NdT: ya no están allí; las sacaron.

[6] Así los primeros viajeros mediterráneos estaban menos interesados en la nacionalidad y el lenguaje de los pueblos que encontraban que en la clase de alimentos que comían. Había comedores de pescado (ὶχθνοϕάγοι), comedores de elefantes, de saltamontes (todavía usados como ingrediente en un apetitoso curry del lejano oriente), y galactófagos que vivían de leche de yegua. El epicúreo errante de aquellos tiempos tenía una amplia gama de opciones de plats régionaux, sobrepasando por lejos la de cualquier restaurante parisino; pero corría el riesgo de tener que proveer en su persona la pièce de résistance.

[7] NdT: “Worth your salt”.

[8] NdT: al monumento de O’Connell.

[9] NdT: Había una vez un muy justo rey negro. Que se comió o algo así las del pobre fray Pedro.

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