Ese célebre escritor pringlense – XXVIII (I)

#Aira #Moreire - Ese célebre escritor pringlense XXVIII - Primer esbozo de informe donde poco menos que replico el texto de origen.

Primero diré que este libro lo conseguí en pdf porque me lo envió un gentilhombre norteño de ley que supo tener dos o tres libros de estos y los convirtió en un bonito montón de dinero con lo que se dio el gusto de emprender un número equis (no pocos) de giros en torno del globo terrestre. Quiero decir, que es un libro inconseguible y el que lo tiene lo defiende como si fuese de oro. El célebre escritor pringlense lo terminó de escribir el 31 de diciembre de 1972 y lo publicó en 1975 un editor que poco tiempo después, por lo que entiendo, se fundió o cerró o simplemente no lo reeditó porque no pudo o no quiso.

He decidido, en virtud de lo bello del libro, dividir mi informe de lector en dos episodios. En este de hoy resumo (como en el colegio) lo que leí en los primeros 13 folios. No sé si (posiblemente sí) el hecho de ver el nombre de Joyce en el renglón número trece es un signo o no lo es, pero todo me dice que sí. Porque veo (sí, veo) ruidos y procedimientos, métodos, que me son levemente conocidos, ríos que corren, insectos que sienten, equinos criteriosos, bovinos y roedores pendientes de un coloquio que no les concierne y brincos repetidos en el modo de referir un cuento sin referirlo.

Como sucede con Work in Progress, es mejor prescindir del sentido y leer este primer bloque como quien lee un texto poético. Es inútil leerlo del modo corriente porque el cuento en sí es imprevisible y si uno exige un hilo coherente lo único que consigue son decepciones. Pero oyéndolo de los propios morros de uno, el sonido –como esos sucesos inverosímiles que uno refiere, oye y ve en un sueño– es verosímil y consistente.

Dicho esto, empecemos.

Un lunes (¿por qué no?), o mejor dicho en el primer crepúsculo de un lunes, por los gentiles contornos de los cerrillos del Divisorio [i], desciende un horrible criollo, jinete en potro rosillo.

En el cielo se ven los primeros colores, hilos tendidos sobre extensiones sin límite. Y en el cielo limpio, dibujos, perfiles: distintivos estridentes, sin sitio, sin éter. Lo microscópico y sus procedimientos.

Un mielero silvestre lo miró.

Después de un extenso periplo nocturno. Recién en el Dieciséis[ii], que corre entre los montes, se detiene (¿quién? Espere un poco). Todos son gruñidos: horneros, gorriones, escuerzos…

El sonido del torrente lo ‘entumeció de gozo’ ; como sucedió con Joyce[iii]; procedimientos subjetivos y objetivos. Entornos bucólicos.

Un licósido[iv] peludo flotó moviéndose en el torrente con insólito estilo.

En torno de los pies del peregrino pudieron verse ortópteros níveos. El hombre frenó su pingo, como se dijo, y miró el suelo húmedo… ¡Todo el tiempo que durmió escondido en los bordes del Dieciséis, en otros cuerpos!

Fue como si los sitios se reuniesen un momento y se dividiesen de nuevo.

Un sitio idílico. El sitio donde el héroe constituye domicilio, y un grupo de criollos; míticos hombres y ficciones. Lo indiviso y lo múltiple, el deseo, escribo con menos ritmo.[v] ¡Los rostros de unos émulos de Enone , surgieron del torrente sonriendo irónicos!

Pues bien, resumiendo: nuestro héroe (que no es otro que el conocido Julio Ondrode, y su flete “Pochequito” ) se tiende en el suelo silvestre. Y se lo ve despierto.

El hombre oye crujidos de chingolos en sus nidos entre los cedros celestes… Criiii… Pero incluso un golpe de percepción hiende el hueco del héroe: desde el otro borde del reguero vienen los resuellos de un desconocido. Puf, puf… puf, puf… ¿Quién puede ser?

¿El cuore del ser que lo puso en este mundo?

Un trote mueve los oídos de Pochequito y su dueño. Es un hombre.

Intermedio: por el fondo del torrente corren pulpos con cencerros. Ruido de liebre que se sumerge. Un gorgojo se tiende en el sol.

Desde unos yuyos surge un criollo negro con lujosos enseres, jinete en un tordillo sofión; por un momento no conseguimos reconocerlo. Pero… esos molinillos que detienen sus revoluciones, esos velos líquidos que lo oscurecen, son indicios indiscutibles de que el hombre es Poseportú, el ex segundo de Dorrego, el jinete terrorífico, el lobizón peregrino de los desiertos inhóspitos. Si fuese él; ¡se viene un novelón repleto de pormenores y precisiones! Porque el negro es un cúmulo de los sucesos históricos criollos. Si bien hoy no se le pide opinión, su cerebro es un dispositivo lleno de émbolos y bolilleros velocísimos. Come gorriones que él mismo se consigue, y unos hongos níveos y un poco de hierro molido. Bebe todo el tiempo. Régimen que lo convirtió en un gorgojo peludo y enmierdó del todo su prestigio.

Los hombres se reconocen en el mismo momento. Uno se descubre desprendiéndose de su rotoso bombín  (un joke). El negro se desprende de su gorro, sus rizos libres descienden. El mundo se mueve un poco.

De un breve brinco desmontó y se confundieron en un sonoro estrechón. De no detenerse como lo hicieron se hubiesen convertido en escombros… en los cúmulos y nimbos.

Sostienen un coloquio, pero sobre sujetos tétricos e incoherentes. El Oriente recién humedecido, enrojece. Los compinches se sumen en un profundo silencio, porque el sol siempre les recordó un querer muerto. Poseportú hunde su pie en el podo de un ombú. Un chorro de bilis fluye en su cerebro y dice:

–Me expreso como soy. ¡Un espectro recorre el desierto! … escribiendo bocetos. ¿Es Sherlock Holmes? ¿Es un dibujo que tenemos presente? Si recorre el desierto: ¿no podemos construir su recorrido histórico, meternos en él, ser intérpretes en sus coliseos? ¿Es un concepto teórico? ¿Qué lo mueve?

Sigue un monólogo entre Poseportú y Julio sobre cómo, quién y por qué tiene que referir el cuento de Moreire[vi]. En resumen el otro le dice ‘Julio, yo no poseo los términos precisos pues todo es léxico de ficción en todo tipo de composición posible ; debes referirlo tú; es tu turno’

Julio, confundido, se prende de su propio cuello con los diez dedos diciendo:

–¡Puedes ver cómo me silencio!

Silencio.

Prosigue.

–¿Ves el sol? Pues en el Oriente rojo se reúnen escritores de diversos orígenes que escriben sobre el mismo tópico en los léxicos de Dickens,  de Molière, de Nietzsche, de Ibsen y de Lorenzo de Médici.

El negro interrumpe el discurso incomprensible de su compinche, pero siguen su periplo elíptico por el cosmos. Ven miles de cielos e insectos que descienden muertos sobre el reguero, después de vivir un solo lunes y todo por que prosperen sus hijos y sus nietos. Un escuerzo negro con dientes de pórfido flotó entre un borde y otro ingiriendo moscones convirtiéndolos en compuestos químicos en sus tres buches. En el río corriente (riverrun![vii]) corren sombreros plumosos, vestidos…

El tono de voz de Julio contiene todo el entorno escénico y los conocimientos científicos correspondientes. Su dicción tiene ritmo lento como el sufrimiento de un kobus floreciendo oculto por un muro ocre.

Choque de cuerpos celestes (Mercurio, Júpiter, Venus, etc.) que no los sorprende. Pero ojo, porque en el pico de un cerro ven un movimiento entre unos sotos… y surge un mujido (sic)[viii] de bovino de sexo femenino.  Es un bovino distinto de los que uno conoce porque este es un bovino de gres y sus dimensiones como el pene de un niño de doce; sin hocico, ojos prominentes; en índigo, verde, discontinuos; embellecido: flores de loto, mechones de pliego, como el reflejo de un líquido elemento de pueblos eruditos. Pero no les importó. El comienzo y el fin de sus coloquios se cerró siempre con sonoros esputos.

Un goteo de gin se volcó sobre el toro y lo desequilibró. Todos conocemos que los bovinos de sexo femenino (y todo tipo de bichos) inseguros constituyen sus enloquecimientos (múltiples) de un modo que no es sino un sinónimo del de los novelones.

El bovino femenino desde su nido entre los yuyos vio surgir nuestro novelón (el de ellos dos) y seducido por este ‘cuento del destino’, ¡terminó por sucederle lo mismo![ix]

Lo que viene es un ejercicio: figúrese (figurémonos, dice el texto que hoy reseño –complejo y retorcido como ve–) que estemos en un pensil florecido. No tenemos miedo (cito, no pretendo decir que no soy miedoso) pero somos prevenidos. Puede sorprendernos un insecto (¿un licósido peludo?) pendiendo de un pino, o un horrible mechón de pelos grises. Un buen número de Euryops (pueden ser botones de oro) se extienden por el suelo. Todo induce incurrir en silogismos (por ser un sitio ilusorio, ¿de otro modo, de qué puede servir?).

Un felino de sexo femenino se exhibe en orondo desfile con un ibis, sobre pueriles botines de tellices iridiscentes. En este punto los floricultores son J. O. y el negro P. Fotosíntesis (Uno puede creer que, en virtud de ese punto seguido después de P.,  Fotosíntesis es el segundo nombre de P., pero supongo que no. Creo. Estoy seguro. No mucho.) Un no sé qué en ellos se nos (se les) ocurre conocido; nos (les) produce siempre como un sentimiento de suceso visto y repetido.

Un topo, suspendido, con ojos…

Este pensil es sustituido. Cortulines (sic)[x], entornos bucólicos. En uno u otro, los empíricos discuten, sostienen un coloquio.

Comics. Todo suposición.

Poseportú, con los ojos puestos en su compinche, le preguntó. ¿Él fue testigo del homicidio de Moreire?

Ondrode le respondió que no hubiese podido ser de otro modo. Insistió: sus recuerdos son frescos como si fuesen del último viernes (y recordemos que hoy es lunes).

–¡El último viernes! –gritó el oscuro.

Silbidos de los dos.

–¿Quiénes otros estuvieron? –repreguntó Post.

Con rostro entristecido le contestó Ondrode:

–Si yo lo dijere o dijese en este punto puede perder el cuento todo hechizo.

No quiso decirlo; por mucho que el negro insistió en que no es cuestión de hechizos sino, de un modo u otro, conceptos científicos. ¡No se nos convocó en este sitio con el fin de que nos contemos cuentos!

–Si no tengo otro remedio…

 Julio Ondrode, con un decir presuroso si bien leve levemente repe repetí repetitivo refiere el cuento con un torrente de voz; con los oídos erectos, Pochequito, el bovino femenino y los roedores ¡fueron todo oídos!

Es como si reprodujese el discurso que pronunció X.[xi] Golpes con el puño de un cerrojo. ¿Se puede? ¿Quién vive?… Uno del público extiende su folleto. El mismo (el folleto) cruje… ¡Qué ruido! ¡El espectro del Erik!

Solo de mujer.

Del cuerno de bronce, de los pitos, surgen círculos concéntricos de sonido. Los círculos concéntricos se interrumpen. Construyen redes. Un hombre en equilibrio, se mueve sobre elipses.

Conversión del orden sonoro en visible.

En el iris del ojo deviene múltiple.

Julio Ondrode dice. Gentil, instintivo. Todo él es un signo lingüístico.

Oro de los  procesos de evolución.

Se mueve sobre el ondeo, equilibrismo: un pez.

Pero desde el momento en que Julio descerró el pico y por mucho tiempo después, los desiertos del indio su voz hinchió. Henchidos, como el ternero el ovino femenino hinche, el ovino femenino el cordero, y el potrillo el vientre de Mme. Equino Femenino.

¡Di lo tuyo, Píremo!


[i] Menos que un pueblo, donde en un tiempo supo detenerse el tren, en el distrito de Coronel Pringles, entre Pringles e Indio Rico.

[ii] Pequeño torrente que confluye en un río en el distrito de Coronel Pringles.

[iii] Supongo que viene de Descripción de escritor en su juventud , de Joyce.

[iv] Busque en Google.

[v] Esto lo dice el escritor, no yo. Digo.

[vi] Moreire (More Eire), espere, no bufe, criticón.

[vii] Este es un signo del Liffey, entre tú y yo, lector, que intuyo. Riverrun. ¿Río corriente o recurrente?

[viii] Quiero decir que el furcio de este mujido no es mío, sino del viviente escritor o del extinto editor. Lo perfecto no es de este mundo.

[ix] Supongo que quiero decir que como ellos produjeron un novelón, el bovino lechero tuvo deseos de poner en este mundo su ternero, de otro modo, lector querido, no sé qué decirle, por el momento.

[x] Otro posible yerro; supongo que quiere decir un dibujo o un óleo.

[xi] Perplejo como usted, lector; pero sigo leyendo.

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